En el Evangelio de Lucas, encontramos un relato poderoso que nos recuerda una verdad fundamental en la enseñanza de Jesús: la misericordia es la llave que nos acerca más a Dios y nos libera de las ataduras de nuestra mala inclinacion.
En esta parábola, Jesús nos narra la historia del buen samaritano, un hombre que muestra compasión y misericordia hacia un desconocido herido en el camino. Es este acto de amor y cuidado lo que más agrada a Dios. Nos dice que vivir en el camino hacia la vida eterna implica ser misericordiosos, construir el Reino de Dios aquí en la Tierra.
La misericordia nos permite reflejar la imagen y semejanza de Dios en nosotros mismos. Nos eleva por encima de nuestras tendencias egoístas y nos conecta con lo divino que mora en nuestro interior. Cuando somos misericordiosos, imitamos a nuestro Creador, quien es infinitamente misericordioso con sus hijos.
Jesús nos exhorta a amar a nuestro prójimo, sin importar quiénes sean, sin mirar a quién. Nos recuerda que todo lo que sale de nuestro corazón vuelve a nosotros. En la práctica de la misericordia, confiamos en la promesa de la misericordia de Dios. Al dar, recibimos; al perdonar, somos perdonados; al amar, experimentamos el amor divino en nuestras vidas.
Cuando recibimos a Jesús en nuestro corazón, aceptamos al enviado de Dios como nuestra guía y camino hacia la vida eterna. Él nos muestra el camino de la misericordia, y nos anima a caminar en él. Siguiendo sus enseñanzas, nos convertimos en portadores de su luz y amor en un mundo que a menudo necesita desesperadamente de ambas cosas.
Así que recordemos siempre el mensaje de Jesús en el Evangelio de Lucas: «Ve y haz tú lo mismo». Seamos misericordiosos como el buen samaritano, construyendo el Reino de Dios a través de nuestros actos de amor y compasión. En la misericordia, encontramos la senda hacia la vida eterna y la plenitud de vivir según la imagen y semejanza de nuestro Padre celestial.