Jesús nos revela que lo importante es la vida eterna y nos enseña cómo alcanzarla, mostrándonos el camino.

Que tu vida en este mundo material te conduzca a la fe para conocer a Dios, sabiendo que todo lo que Él hace o permite es para tu bien.

El verdadero alimento del alma

Jesús nos enseña que el verdadero propósito de la vida no es acumular lo material, sino buscar el alimento que no perece, aquel que conduce a la vida eterna. En el Evangelio de Juan, Él dice: «Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna…» (Jn 6,27).

Desde la sabiduría de la cábala, comprendemos que este mundo material es solo una sombra de la realidad superior. Todo lo físico es temporal y, si no es elevado por la intención espiritual, se disuelve. Por eso, Jesús nos revela una verdad profunda: vivir con propósito eterno es elevar cada acto, pensamiento y decisión hacia la luz de Dios.

La cábala nos enseña que el alma desciende a este mundo para rectificarse (tikkun) y reconectarse con la fuente divina. En este proceso, el alma debe aprender a discernir entre lo pasajero y lo eterno, entre el pan material y el pan celestial. Jesús, como Maestro divino, nos muestra que la verdadera obra que debemos hacer es creer en Aquel que Dios ha enviado. Porque creer en Él no es solo aceptar su existencia, sino vivir conforme a sus enseñanzas, haciéndolas carne y realidad en nuestra vida diaria.

Cada vez que eliges la fe sobre la duda, el amor sobre el miedo, la humildad sobre el orgullo, estás alimentando tu alma con el verdadero maná celestial.

Así como en la cábala se dice que cada mitzvá (buena acción) eleva chispas de luz escondidas en lo material, Jesús nos enseña que cada acto de fe nos transforma y nos acerca al Reino de Dios. La vida eterna no empieza después de la muerte, empieza ahora, en cada decisión de amar, confiar y seguir a Jesús.


Lectura del santo evangelio según san Juan (6,22-29):

Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.
Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?».
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron:
«Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?».
Respondió Jesús:
«La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado».

Palabra del Señor.

Un comentario

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