En el pasaje del Evangelio de Marcos 3, 20-35, encontramos una profunda enseñanza de Jesús sobre la verdadera familia de Dios y la naturaleza del pecado contra el Espíritu Santo. En este contexto, Jesús nos invita a reflexionar sobre cómo debemos vivir nuestra fe y qué significa realmente ser parte de su familia.
María, la madre de Jesús, es presentada como un modelo ejemplar de vida de fe. Su respuesta a la voluntad de Dios, desde el anuncio del ángel hasta la cruz, es siempre de aceptación y amor. Ella nos muestra que el verdadero discipulado implica aceptar la voluntad de Dios con amor, incluso cuando no entendemos completamente sus caminos. Es este amor incondicional y obediente el que Jesús destaca como esencial para pertenecer a su familia: «Quien hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3, 35).
Este amor es también la forma en la que herimos a la serpiente, símbolo del mal que hace daño al hombre. En un mundo lleno de odio y discordia, el amor es la única fuerza capaz de sanar y transformar. El bien nunca vencerá al mal mediante la fuerza o la violencia, sino a través del amor sacrificial que María ejemplifica y que Jesús nos enseñó con su vida y su muerte en la cruz. Vivir de esta manera es la forma de experimentar una vida mejor en nuestra morada terrena, recordando siempre que lo que realmente importa para llegar al Reino de Dios es lo que no se ve.
Nuestra vida está gobernada por un mundo espiritual que no es visible a los ojos humanos, pero es muy real y presente. Así como algunos decían que Jesús «no estaba en sus cabales» (Mc 3, 21), muchos también nos juzgarán cuando vivamos según los principios del Reino de Dios. No debemos temer tales juicios, sino mantenernos firmes en nuestra fe, confiando en que lo invisible es lo más importante.
Finalmente, Jesús nos advierte sobre el pecado imperdonable contra el Espíritu Santo. Este pecado no es un error momentáneo, sino una persistente y deliberada oposición a la verdad y la gracia de Dios. Es rechazar el amor y la obra del Espíritu en nuestras vidas, cerrándonos a la posibilidad de perdón y redención. Jesús nos llama a abrir nuestros corazones al Espíritu Santo, permitiendo que su amor transforme nuestra vida y nos guíe en el camino del bien.
Jesús nos invita a seguir el ejemplo de María, aceptando la voluntad de Dios con amor y viviendo en la realidad de lo espiritual. Al hacerlo, herimos al mal con el poder del amor y nos preparamos para el Reino de Dios, donde lo que no se ve es lo que realmente importa. Que podamos vivir siempre con esta perspectiva, confiando en la guía del Espíritu Santo y permaneciendo firmes en nuestra fe.
—
Lectura del santo Evangelio según san Marcos. [Mc 3, 20-35]
EN aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.
Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
«Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».
El los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:
«¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre».
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dice:
«Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
Él les pregunta:
«Quiénes son mi madre y mis hermanos?».
Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Palabra del Señor.