Para Dios todo es posible.
Abre tu entendimiento para conocer la promesa de Jesús: alcanzar la vida eterna, a la que llegamos viviendo con fe.
Vive con fe, creyendo en Dios como la única fuente de vida, sabiendo que es Todopoderoso y que todo lo permite para el bien de tu alma.
Vive con fe, cumpliendo lo que Jesús nos enseñó, aceptando todo con amor.
Cuando entendemos y aceptamos que todo lo que nos sucede tiene un propósito, la paz llega a nuestro corazón y nos acercamos más a Dios.
Vive con fe.
Vive con paz interior.
Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso.
Creo en Jesucristo, su Hijo, nuestro Señor
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El plan divino revelado: la obra de Dios y la conciencia del alma
El Evangelio según Lucas nos muestra a Jesús resucitado, presentándose una vez más ante sus discípulos. Al principio no lo reconocen. Tienen miedo, piensan que es un espíritu. Pero Jesús los llama a la calma, les muestra sus heridas, come con ellos y, sobre todo, les abre la mente para que comprendan las Escrituras. No es un gesto menor: es un acto profundo de enseñanza espiritual.
Desde la sabiduría de la cábala, esto representa la necesidad de despertar el entendimiento superior: el Daat, esa conciencia interior que conecta lo intelectual con lo espiritual. Jesús no solo muestra su cuerpo resucitado; despierta la conciencia de sus discípulos para que comprendan que todo lo ocurrido fue parte del plan divino. No fueron eventos al azar ni tragedias sin sentido. Todo estaba escrito. Todo tenía un propósito.
Aquí es donde la lectura de los Hechos de los Apóstoles cobra sentido. Pedro, frente a la multitud asombrada por la curación del paralítico, declara con claridad: “¿Por qué se sorprenden? ¿Por qué nos miran como si nosotros hubiéramos hecho algo?” Y luego dice algo aún más profundo: es Dios quien ha obrado. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El mismo que obró a través de Jesús.
Pedro no se atribuye el poder. Lo que hace es reconocer la fuente. La cábala nos enseña que todo emana del Ein Sof, la Fuente Infinita, y que lo que experimentamos en el plano material no es más que una manifestación del plan espiritual. Nada ocurre por fuera de Dios. Todo es parte de su tikún, de su reparación y propósito eterno.
Jesús resucita no solo para mostrarnos el milagro de la vida eterna, sino para enseñarnos a ver con otros ojos, para que reconozcamos que la historia humana está impregnada de sentido. Que las heridas, las pruebas y los caminos oscuros, pueden convertirse en luz si los comprendemos desde la fe.
Por eso dice el texto: “Entonces les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras”. En ese instante, el alma se conecta con la verdad. Ese es el momento de la emuná, la fe consciente, la confianza activa en el plan de Dios.
En el fondo, tanto Jesús como Pedro nos están invitando a lo mismo:
a abrir los ojos del alma,
a confiar en que todo lo que vivimos está guiado por una sabiduría superior,
a entender que Dios es quien obra, aunque no siempre lo comprendamos al instante.
No se trata de buscar culpables, sino de aceptar con humildad que todo es parte de un plan mayor. El alma que lo comprende empieza a vivir en paz, y esa paz es el principio de la verdadera transformación.