
¿Qué te aparta del amor? ¿Qué te aparta de Jesús?
Toma un tiempo para reflexionar sobre qué te aparta del amor de Jesús, medita en qué es lo que tienes que cambiar y comienza a trabajar en ello. Pide en oración a Dios por ese cambio que quieres que se haga en tu corazón, pídelo por Jesucristo nuestro Señor.
Recuerda orar sin parar hasta que te sea concedida la gracia que pides y el cambio se dé en ti.
El precio del verdadero amor
En el Evangelio de Lucas (14,25-33), Jesús nos habla del costo de seguirlo. Sus palabras parecen duras: dejar padre, madre, hermanos e incluso la propia vida. Sin embargo, detrás de esta exigencia se esconde un llamado profundo: aprender a amar con un amor que no se aferra ni se esclaviza, sino que libera.
La cábala enseña que todo lo creado está compuesto por deseos: el deseo de recibir y el deseo de dar. El ser humano, en su estado natural, suele vivir atrapado en el deseo de recibir solo para sí mismo. Jesús nos invita a trascender ese nivel y a caminar hacia un amor más alto: recibir para dar, entregarnos sin miedo a perder.
Cuando Jesús dice que debemos “renunciar a todo”, no se trata de abandonar a quienes amamos, sino de transformar la forma en que amamos. No amar desde el apego, que ata y genera sufrimiento, sino desde la libertad del amor divino, que eleva y conecta. Amar a Dios por encima de todo significa ordenar nuestros deseos, poner en primer lugar la fuente de todo amor.
En la cábala, esto se llama tikún, la corrección del corazón. Cada vez que elegimos el amor verdadero por encima del egoísmo, vamos corrigiendo el mundo y acercándonos a la plenitud del Reino. Seguir a Jesús, entonces, es cargar nuestra propia cruz: el trabajo interior de pulir nuestro ego, de soltar lo que nos ata, de elegir amar como Dios ama.
La verdadera libertad no está en hacer lo que queremos, sino en aprender a desear lo que el Creador desea para nosotros. Ese es el precio del discipulado: un corazón transformado en el que habite el amor que no pasa.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,25-33):
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, sí quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: «Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.» ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»
Palabra del Señor.