El mensaje revelado
La misericordia divina se manifiesta de forma elocuente a través del ejemplo de vida que Jesús nos dejó, invitándonos a seguirlo con fervor, para vivir en armonía con la voluntad de Dios y agradarle con nuestro actuar.
Abrazar la misericordia es asumir el camino de la existencia conforme a los preceptos divinos, avanzando con una fe inquebrantable que nos conduce, paso a paso, hacia la promesa de la vida eterna.
Practicar la misericordia no solo es un deber, sino también una luz que ilumina nuestro andar. A través de ella, nuestra alma se eleva y alcanza alturas insospechadas, acercándonos a la morada celestial de Dios, incluso mientras vivimos en este mundo terrenal.
La misericordia es el puente entre el cielo y la tierra, un sendero que nos permite experimentar la plenitud y la paz que solo Dios puede brindar.
Vivir en misericordia no solo nos acerca a Dios, sino que transforma nuestra vida cotidiana, llenándola de sentido y propósito.
Al seguir el ejemplo de Jesús y hacer de la misericordia un estilo de vida, damos un paso firme hacia el Reino de Dios, aun mientras habitamos en este mundo, preparando así nuestro ser para una comunión eterna con la divinidad.
Desde la sabiduría antigua
Misericordia, el puente entre mundos
Cuando Jesús vio a Mateo sentado en la mesa de impuestos, simplemente le dijo:
“Sígueme”.
Y Mateo se levantó… y lo siguió.
Luego, al ver a Jesús compartiendo la mesa con publicanos y pecadores, los fariseos se escandalizaron.
Pero Jesús respondió con una frase que revela la esencia del Reino:
“Misericordia quiero, y no sacrificios.”
Esta declaración es más que una corrección moral:
es una revelación espiritual.
Desde la sabiduría de la Cábala, la misericordia —jesed en hebreo— es una de las siete sefirot del Árbol de la Vida.
Jesed representa la energía divina del amor incondicional,
esa fuerza que expande, abraza, perdona y da sin medida.
Es la energía con la que Dios sostiene la creación,
y también el nivel al que el alma debe aspirar para elevarse.
Jesús, al sentarse con los que eran despreciados, no transgrede la ley,
sino que la lleva a su plenitud.
Porque la verdadera ley nace del corazón que ha sido tocado por la misericordia.
La Cábala nos enseña que el alma viene a este mundo para hacer tikún,
una corrección interior.
Pero esa corrección no se logra solo con esfuerzo externo o rituales vacíos.
Se alcanza cuando la dureza del juicio es equilibrada por la ternura de la misericordia.
Por eso Jesús dice:
«No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»
No porque el pecado sea bueno,
sino porque la transformación es posible solo cuando el alma se sabe amada,
no cuando es condenada.
La misericordia no es debilidad.
Es el nivel más alto de consciencia espiritual.
Es ver el alma del otro más allá de sus actos.
Es ayudar a despertar lo divino que aún duerme en él…
como Jesús hizo con Mateo.
Cuando vives en misericordia, tu alma se alinea con el flujo de luz que desciende desde las alturas.
Y entonces, aun habitando en este mundo de acción,
comienzas a vivir el Reino de Dios.
Evangelio que inspiró este mensaje
Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,9-13):
En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»
Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»
Palabra del Señor.