Vive como Jesús nos enseñó y recibe el don de su Santo Espíritu.
Medita en su Palabra y recuerda siempre que somos pensamiento, palabra y acción.
Sé consciente y coherente en tu caminar como seguidor de Cristo, si anhelas vivir en plenitud.
Vive con fe, esperanza y amor, siendo misericordioso, así como tú mismo esperas la misericordia de Dios.
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Oración para la Misericordia
Señor Jesús, Tú que diste la vida por el perdón de nuestros pecados,
permanece en mi mente y dame la sabiduría
para que mis pensamientos estén siempre iluminados por tu amor.
Señor Jesús, Tú que nos enseñaste con tu palabra,
ilumíname para que mis palabras sean siempre de esperanza y amor.
Señor Jesús, Tú que nos diste ejemplo con tu vida,
guíame para que mi actuar sea siempre coherente con tu amor.
Jesús misericordioso, yo confío en Ti.
Y en prueba de mi amor filial, me vacío de mi ego
para que seas Tú quien habite en mí.
Jesús, yo confío en Ti.
Te amo, te necesito, y te pido que vivas en mí.
Porque Tú vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
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La fe que despierta el alma
En el Evangelio según san Juan (20,19-31), Jesús se aparece a sus discípulos después de su resurrección y les ofrece el don de la paz, el Espíritu Santo y el llamado a vivir en la fe. Tomás, uno de los Doce, duda. Solo después de ver y tocar las heridas del Maestro, reconoce su divinidad: «Señor mío y Dios mío».
Desde la sabiduría de la cábala, comprendemos que la fe auténtica —la emunah— no depende de los sentidos físicos ni de las pruebas materiales. La emunah es un estado del alma, una conexión directa con el Creador que trasciende la lógica y se arraiga en lo profundo del corazón.
La cábala nos enseña que el alma humana está formada por pensamiento, palabra y acción, reflejando las tres vestiduras del alma (levushim). Cuando Jesús sopla sobre sus discípulos y les dice: «Recibid el Espíritu Santo», está despertando en ellos la capacidad de vivir alineados con esta verdad: pensar, hablar y actuar desde el espíritu y no desde el ego.
Tomás representa a todos nosotros en nuestros momentos de duda, pero también revela que la duda, cuando se enfrenta con honestidad, puede convertirse en un trampolín hacia una fe más alta. La enseñanza profunda aquí es que el Creador se revela a quienes buscan con sinceridad. Jesús no reprende a Tomás con dureza; más bien, lo invita a tocar sus heridas y luego le muestra un camino aún más alto: «Bienaventurados los que creen sin haber visto».
La cábala también enseña que el mundo se sostiene por el equilibrio entre la misericordia y el juicio. Jesús, al mostrar sus llagas, no exige justicia por su sufrimiento, sino que ofrece misericordia, recordándonos que nuestra salvación no se basa en el rigor de la ley, sino en la infinita compasión de Dios.
Así, este encuentro resucitado no solo nos enseña a vivir con fe, sino también a ser instrumentos de paz y misericordia en el mundo. La verdadera vida en el Espíritu es vivir confiando en la presencia de Dios incluso cuando no podemos verlo, sabiendo que cada pensamiento, palabra y acción consciente va tejiendo una red de luz en el mundo.
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Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31):
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.
Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Palabra del Señor.