Jesús nos revela el secreto para que nuestras oraciones sean escuchadas cuando dice: «Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos.»

Sé como un niño y confía plenamente en Dios. Cree que Él es tu Padre que está en el cielo, y confía en su poder como un hijo confía en su padre amoroso, manteniendo siempre un corazón limpio y libre de maldad.

Volver a ser como niños — pureza, confianza y la sabiduría de la cábala


En Mateo 18 Jesús nos dice que para entrar en el Reino de los Cielos debemos ser como niños. Desde la perspectiva de la cábala, esa niñez es un estado del alma: inocencia, humildad y confianza plena en el Creador. Un niño no calcula ni se angustia por el mañana; confía en que su padre proveerá. Así debe ser nuestra relación con Dios: una fe sencilla, sin artificios, entregada y limpia de malicia. La cábala nos enseña que el alma posee niveles, y la pureza del neshamá se revela cuando el corazón se libera de orgullo, rencor y miedo. Volver a ser como niños implica despojarse de las capas que hemos acumulado —miedos, desconfianzas, ambiciones egoístas— para permitir que la chispa divina brille sin velo. Jesús añade también la advertencia de no despreciar a “uno de estos pequeños”: cada persona encierra una nitzotz, una chispa de luz divina. Honrar al otro es honrar a Dios. Por eso nuestras oraciones alcanzan al Cielo no por su forma, sino por la sinceridad de un corazón humilde. El secreto espiritual es claro: ora como niño —con confianza, asombro y pureza—; habla desde la sencillez y el amor; y verás que la Palabra sube sin obstáculos hasta el Trono.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,1-5.10.12-14):

En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?»
Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: «Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial. ¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.»

Palabra del Señor.

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