Dios, nuestro Padre y Rey celestial, gobierna y otorga toda gracia a la humanidad en la tierra. Él envió a su Hijo Jesús como Mesías para darnos la salvación.
Por eso, sigue las enseñanzas de Jesús y reconoce el poder de Dios. Confía en Él y recuerda que todo le pertenece.
Si todo es de Dios, pídele lo que necesites y, si es su voluntad, Él te lo concederá, porque todo proviene del cielo.
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En este pasaje del Evangelio de Juan, Juan el Bautista reconoce que su misión es preparar el camino para Jesús y luego dar un paso atrás. Sus palabras “Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar” (Jn 3,30) expresan no solo humildad, sino también una profunda confianza en el plan de Dios.
La fe y la confianza inquebrantable destacan la importancia de reconocer que todo proviene del Creador y que nuestro papel es cooperar con Su voluntad, confiando en que Él dirige la historia hacia Su propósito. Juan el Bautista vive este principio cuando acepta con serenidad que su tarea termina al ver que Jesús continúa la obra redentora.
Así, la fe y la confianza inquebrantable nos invitan a:
- Confiar en el plan divino: Reconocer que somos instrumentos del Creador, y no aferrarnos únicamente a nuestros deseos personales.
- Practicar la humildad: Permitir que Dios “crezca” en nosotros, reconociendo que toda gracia o don viene de Él.
- Vivir en alegría y servicio: No se trata solo de creer, sino de actuar con esperanza y compromiso, sabiendo que estamos bajo la guía amorosa de Dios.
De esta forma, la actitud de Juan el Bautista refleja plenamente la fe y la confianza inquebrantable: comprender que cualquier logro humano es un medio para revelar la presencia de Dios en el mundo. Cuando aceptamos que Cristo debe crecer en nosotros y nosotros menguar, vivimos esta confianza en la voluntad divina con total plenitud.
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Lectura del santo evangelio según san Juan (3,22-30):
En aquel tiempo, fue Jesús con sus discípulos a Judea, se quedó allí con ellos y bautizaba. También Juan estaba bautizando en Enón, cerca de Salín, porque había allí agua abundante; la gente acudía y se bautizaba. A Juan todavía no le habían metido en la cárcel.
Se originó entonces una discusión entre un judío y los discípulos de Juan acerca de la purificación; ellos fueron a Juan y le dijeron: «Oye, rabí, el que estaba contigo en la otra orilla del Jordán, de quien tú has dado testimonio, ése está bautizando, y todo el mundo acude a él.»
Contestó Juan: «Nadie puede tomarse algo para sí, si no se lo dan desde el cielo. Vosotros mismos sois testigos de que yo dije: «Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado delante de él.» El que lleva a la esposa es el esposo; en cambio, el amigo del esposo, que asiste y lo oye, se alegra con la voz del esposo; pues esta alegría mía está colmada. Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar.»
Palabra del Señor.