Cuando vivimos desde el juicio, nuestras redes están vacías. Pero al obedecer la voz de Jesús y lanzar la red hacia la derecha —hacia la misericordia—, todo se transforma. La abundancia llega cuando dejamos de actuar por miedo y comenzamos a actuar por amor.


La red del lado derecho

En el Evangelio de Juan (21,1-14), contemplamos uno de los encuentros más íntimos entre Jesús resucitado y sus discípulos. Después de una noche entera sin pescar nada, Jesús se aparece en la orilla y les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.” Ellos obedecen, y la red se llena milagrosamente.

Desde la sabiduría de la Cábala judía, este pasaje tiene una profundidad aún mayor. En esta tradición espiritual, la izquierda representa el juicio (din) y la derecha representa la misericordia (jesed). No es casualidad que Jesús les diga que lancen la red precisamente hacia la derecha. Él les está enseñando que solo desde la misericordia se puede recibir la abundancia verdadera. Mientras actuaban desde su experiencia, su técnica, su juicio humano, las redes estaban vacías. Pero al escuchar al Maestro y moverse hacia la derecha —es decir, hacia el amor incondicional, la entrega, la confianza plena— el milagro se manifiesta.

Esta es una lección sobre la emunah, la fe viva. En hebreo, emunah no es solo creer; es caminar, actuar, moverse con confianza incluso cuando no se ve nada. Cuando obedecemos la palabra divina y actuamos desde la misericordia, no importa cuán vacía parezca la noche: el amanecer traerá frutos abundantes.

La lectura de los Hechos de los apóstoles (3,11-26) nos confirma esto. Pedro declara que no es por su poder que el paralítico fue sanado, sino por la fe en el nombre de Jesús. Es decir, es Dios quien hace la obra, y todo responde a un plan divino que trasciende el entendimiento humano.

Así como el pescador lanza la red sin ver lo que hay debajo del agua, así también nosotros debemos confiar en la voz del Resucitado. No todo se entiende con la lógica. La derecha es el camino del corazón, el camino del alma que confía en la infinita bondad de Dios.

Y cuando nos movemos desde ahí… las redes se llenan.

Lectura del santo evangelio según san Juan (21,1-14):

EN aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».
Ellos contestaron:
«No».
Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque rio distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor

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