
Jesús nos revela que al Reino de los Cielos entrarán quienes hacen la voluntad de Dios.
No es un secreto, pues ya está revelado por Jesús. Entonces comienza a vivir en obediencia y acepta con alegría todo lo que tienes que vivir, sabiendo que todo es lo que Dios permite para el bien de tu alma. Por eso, agradece.
Una vez que aceptas su voluntad con amor, medita en lo que quiere Dios para así actuar como Jesús nos enseñó.
Sé coherente en pensamiento, palabra y acción, buscando siempre el bien.
La Roca Interior
Hay un punto secreto en el alma donde todo se sostiene. Ese punto es la roca que no cede, el fundamento que la cábala llama Yesod, origen de la firmeza y de la verdad. Quien vive desde allí no necesita proclamarse devoto: su vida misma se vuelve testimonio.
Porque no sirve oír la sabiduría y dejarla pasar como viento entre las manos. La enseñanza debe descender al corazón y encarnarse en la acción. Cuando pensamiento, palabra y obra se alinean, nace una estructura luminosa que ninguna tormenta puede quebrar.
Quien construye sobre la arena —sobre impulsos, emociones dispersas o deseos sin raíz— pronto descubre que todo se desmorona. No es castigo, sino revelación: lo que carece de fundamento no puede permanecer.
La cábala nos muestra que cada elección abre un canal. Si elegimos la coherencia, permitimos que la Or HaGanuz, la luz escondida, fluya a través de nuestra vida. Si elegimos la distracción del ego, edificamos sobre un suelo frágil, incapaz de sostenernos cuando llegan los vientos.
Construir sobre la roca interior es el verdadero tikkún: aceptar lo que Dios permite, agradecer lo que llega, actuar con amor, caminar con verdad. Es vivir desde el centro, desde ese lugar donde la voluntad del Creador se vuelve nuestro propio pulso.
Quien se arraiga en esa roca no teme las pruebas. Sabe que cada una revela la solidez del alma y abre un nuevo espacio para que la luz se manifieste.
Aférrate a tu roca interior. Allí nace la vida que perdura.
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Lectura del santo evangelio según san Mateo (7,21.24-27):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».
Palabra del Señor.