Vive sin esperar nada a cambio, y tu vida será mejor.
¿Por qué esperas el premio en este mundo, si la vida del alma es eterna?
Enfócate en lo bueno, porque todo es para bien, y da gracias a Dios, porque todo lo que sucede en este mundo es parte de su voluntad.
Todo tiene que pasar, y es para el perfeccionamiento de tu alma.
Así que siéntete bienaventurado y da gracias a Dios por toda situación.
Bienaventurados los que siguen a Jesús como su Maestro, porque conocerán el camino al Reino de Dios.
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Bienaventurados los que aceptan el proceso del alma
Jesús, al subir al monte y proclamar las Bienaventuranzas, nos revela el mapa del alma que busca su corrección. Cada bienaventuranza no es solo una promesa futura, sino una enseñanza profunda sobre el proceso espiritual que cada alma debe vivir en este mundo para retornar a su fuente divina.
La cábala nos enseña que el alma desciende a este mundo con un propósito: reparar aquello que quedó incompleto, fragmentado o desequilibrado en otras etapas de su existencia espiritual. Este mundo es el escenario donde ocurre esa tikún, esa corrección sagrada. Por eso, no debemos esperar recompensas inmediatas, porque lo que sucede aquí tiene repercusiones mucho más allá del plano material.
Jesús nos dice: «Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados» (Mt 5,4). Desde la perspectiva cabalística, el llanto es símbolo del alma que reconoce su distancia de la Luz divina. No se trata solo de sufrimiento físico, sino del gemido profundo del espíritu que anhela regresar al estado de unidad. El consuelo, entonces, no es solo alivio emocional, sino el acercamiento a esa Luz que el alma había perdido.
«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). El corazón limpio es aquel que ha sido refinado por el fuego de la vida, que no guarda rencor, que no responde al mal con mal. La cábala enseña que quien eleva su conciencia y domina su yetzer hará (la inclinación al mal), puede vislumbrar la verdad divina incluso en este mundo.
Por eso, cuando decimos «Vive sin esperar nada a cambio», estamos afirmando una ley espiritual: que solo quien suelta el ego y se entrega al proceso de corrección, sin exigir retribución inmediata, puede vivir en verdadera paz. Este desapego no es resignación, sino sabiduría: es saber que Dios, que todo lo ve, conduce cada situación para el perfeccionamiento del alma.
Cada prueba, cada injusticia, cada momento difícil es una oportunidad. Una posibilidad de elevar la chispa divina que llevamos dentro. Agradecer incluso lo que duele es entrar en una dimensión más alta del alma, donde todo se comprende no desde el juicio, sino desde el amor.
Y así, como enseñó Jesús, bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. La verdadera justicia no viene de los hombres, sino de Dios. Y Dios, que no puede ser burlado, nos da a cada uno lo que el alma necesita para su evolución.
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Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,1-12):
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»
Palabra del Señor.