Cuida tus sentimientos, para que tu corazón no se endurezca.
Porque, como ya se te ha dicho, lo que sale de tu corazón es lo que regresa a ti mismo.

Por eso, vigila lo que piensas, lo que dices y lo que haces.
Sé prudente con lo que ves, con lo que escuchas y con los lugares donde permites que tu alma interactúe.

Dichosos los hombres de buen corazón,
porque ellos vivirán el Reino de los Cielos, aquí, en la tierra.

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El corazón que vela mientras el Señor viene

Jesús nos dice:
“Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas… dichosos los siervos a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en vela” (Lucas 12,35-38).

El hombre que vela es aquel que cuida su corazón.
No duerme en la indiferencia ni se apaga en el ruido del mundo, porque sabe que su Señor puede llegar en cualquier instante, y ese Señor no viene de afuera: viene desde adentro, desde el centro mismo del alma.

La cábala enseña que el corazón es la lámpara del alma y que el aceite que la alimenta son las emociones purificadas.
Cuando el hombre no cuida sus sentimientos, su luz se apaga y el alma cae en la oscuridad del ego. Pero cuando vela —cuando se observa, se corrige, y guarda la pureza del corazón—, entonces el fuego divino permanece encendido y la Presencia (la Shejiná) mora dentro de él.

Pablo, en su carta a los Romanos (5,12-21), nos recuerda que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por otro, la gracia y la vida eterna.
A la luz de la cábala, Adán no es solo un individuo, sino la raíz del alma colectiva de la humanidad. Cuando Adán cayó, todas las chispas de su alma se fragmentaron y quedaron dispersas en el mundo.
Y cuando Jesús —el nuevo Adán— se entrega, reúne en sí todas esas chispas dispersas, restaurando la unidad perdida.

El primer Adán representa la conciencia que se separa del Creador;
el segundo Adán, Jesús, representa el alma que vuelve a unirse.
Por eso, Jesús no solo salva, sino que reordena el universo interior, reconectando el alma humana con la Fuente divina.
En Él, lo caído asciende, lo roto se repara, y lo que fue profano se vuelve sagrado.

Vigilar el corazón, entonces, es participar en esa misma redención.
Cada vez que elegimos el bien sobre la sombra, que perdonamos en lugar de juzgar, que amamos en lugar de temer, Jesús —el alma del nuevo Adán— despierta un poco más dentro de nosotros.

Así el Reino de los Cielos no es una promesa lejana, sino una realidad que comienza en el corazón de quien vela, espera y ama.

Entonces, recibe a Jesús como tu Señor y Salvador, creyendo que al seguirlo serás salvo y alcanzarás la vida eterna. Pero recuerda: seguirlo no es solo creer en Él, sino vivir conforme a lo que Él nos enseñó, caminando en la verdad, la humildad y el amor que lo habita.


Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,35-38):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.»

Palabra del Señor.