Los dignos de tomar parte en el mundo futuro son los hijos de Dios.

Los dignos de tomar parte en el mundo futuro son aquellos que viven como verdaderos hijos de Dios.
Nuestro paso por esta vida terrenal tiene un propósito: alcanzar el perfeccionamiento del alma. Por eso enfrentamos múltiples pruebas, pues cada una forma parte del proceso de purificación que nos conduce a la plenitud. Cuando despertamos a esta verdad, comenzamos a vivir en coherencia con el plan divino que nos sostiene.
Por eso, actúa con la dignidad y la consciencia de quien ha sido llamado hijo de Dios.
Hijos de la Luz que Trascienden el Tiempo
Hay una verdad que atraviesa los mundos como un hilo de luz: la vida no termina donde nuestros sentidos creen que concluye. La existencia se despliega más allá de la carne, y quien aprende a mirar con los ojos del espíritu descubre que lo eterno no es una promesa distante, sino una realidad que late en lo profundo del alma.
La cábala enseña que el alma viaja entre planos, ascendiendo de nivel en nivel conforme se desprende de las capas que la oscurecen. Cada desafío en esta vida es una puerta, y cada puerta es una oportunidad para revelar la chispa divina que hemos recibido. Nada es casual: todo empuja al alma hacia su perfeccionamiento, hacia el mundo futuro donde lo temporal ya no tiene dominio.
En este misterio se esconde una enseñanza mayor: aquello que llamamos muerte no es un final, sino un tránsito. La verdadera existencia pertenece al ámbito del espíritu, y solo quien vive en fidelidad a la luz puede reconocerse como hijo del Eterno. No se trata de carne ni de linajes terrenales; se trata de la estirpe interior que brota cuando el alma se alinea con su origen.
El mensaje es claro y firme: los que alcanzan la vida verdadera son aquellos que ya viven, aquí y ahora, como siervos de la luz. Quien actúa en coherencia con el propósito divino trasciende los límites de este mundo y entra en una dimensión donde no hay pérdida, donde lo amado no perece, donde el ser se une con la Fuente que lo llamó a existir.
Por eso, camina con la conciencia de quien sabe que su vida no es un accidente ni un instante fugaz. Eres un alma enviada, una chispa destinada a elevarse. Que cada acto sea digno de ese origen. Que cada pensamiento abra un peldaño hacia lo alto. Y que tu paso por este mundo sea el taller donde se forja tu eternidad.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (20,27-40):
En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano». Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer».
Jesús les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».
Intervinieron unos escribas:
«Bien dicho, Maestro».
Y ya no se atrevían a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor.