Se la luz del mundo

 

Jesús, enviado de Dios, ha venido al mundo para iluminar nuestros corazones y convertirlos en fuente de luz, para llenarnos de esperanza y amor.

Deja que el Niño Jesús nazca en tu corazón y sea la fuente de luz y de amor en ti, para que tú también, con tu actuar, seas la luz del mundo.

Pide a Dios, tu Padre Celestial, el Espíritu Santo, para que te convierta en medida de amor, para que así no seas tú la vara con la que mide, sino instrumento de su misericordia y amor.

La Luz que Restaura la Conciencia

La luz no llega para impresionar, sino para ordenar. Su primera obra no es cambiar el mundo, sino corregir el corazón que lo mira. Cuando la conciencia se ilumina, deja de medir desde el ego y comienza a medir desde el amor. Ese es el principio esencial que la cábala revela: toda transformación verdadera inicia en el interior.

Caminar en tinieblas no significa vivir en el mal, sino habitar en el desorden. Es vivir sin dirección clara, sin discernimiento, sin paz. La luz que desciende desde Dios restablece el equilibrio perdido y orienta los pasos hacia un camino de armonía. No impone, guía; no juzga, revela.

Pedir el Espíritu Santo es pedir alineación. Es permitir que la misericordia modere la severidad y que el amor sea la medida de toda acción. En la sabiduría de la cábala, quien se mide a sí mismo termina endureciéndose; quien se deja medir por Dios se vuelve canal. Por eso el ser humano no está llamado a ser vara de juicio, sino instrumento de restauración.

Cuando la luz habita el corazón, la vida se ordena. El miedo cede su lugar a la confianza y la conciencia aprende a caminar en paz. Así, sin esfuerzo aparente, la persona se convierte en guía para otros, no por autoridad, sino por coherencia. La luz ha cumplido su propósito: restaurar el interior para sanar el mundo.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,67-79):

EN aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, se llenó de Espíritu Santo y profetizó diciendo:
«“Bendito sea el Señor, Dios de Israel”,
porque ha visitado y “redimido a su pueblo”,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la “misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza”
y “el juramento que juró a nuestro padre Abrahán” para concedernos
que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante “del Señor a preparar sus caminos”,
anunciando a su pueblo la salvación
por el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

Palabra del Señor.

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