Recibe a Jesus

 

Jesús vino al mundo para enseñarnos que todos tenemos acceso a Dios, sin importar si somos justos o pecadores. No somos quienes para juzgar ni para impedir la misericordia divina, porque Dios siempre está dispuesto a perdonar nuestras faltas cuando nos arrepentimos de corazón y realizamos un acto de reparación. Así como Zaqueo, que al ser llamado por Jesús comprende con alegría que ha venido a este mundo para compartir, y recibe de Él la buena noticia de su salvación.

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El despertar que transforma al alma

Hay momentos en los que la Luz nos alcanza sin aviso, como un rayo que irrumpe en la penumbra interior y revela lo que hemos olvidado: que cada uno de nosotros puede volver a la Casa del Padre. En la enseñanza de la cábala, ese instante se llama despertar del corazón, el hitorerut, un movimiento silencioso del alma que se abre a la posibilidad de ser restaurada.

Zaqueo no es solo un personaje antiguo; es el nombre simbólico de todo ser humano que, perdido entre sus propias sombras, anhela ver la Luz aunque sea desde un árbol lejano. Su búsqueda no es casual. La cábala enseña que cuando un alma está lista para elevarse, la Luz misma sale a su encuentro. Y así ocurre: Jesús lo llama por su nombre, revelando que ninguna distancia, ninguna caída, ninguna culpa puede ocultar el brillo esencial que Dios ha puesto en nosotros.

La verdadera teshuvá —el retorno— no consiste solo en lamentar lo que hemos hecho, sino en dejar que la Luz penetre y reordene nuestro interior. El arrepentimiento abre la puerta, pero la reparación es el camino que nos devuelve a nuestro propósito. Por eso Zaqueo no se queda en palabras: transforma su vida en acto, en generosidad, en restitución. Y en ese preciso movimiento, su alma se eleva como una chispa que recupera su lugar.

La enseñanza profunda es clara y firme: nadie está condenado a permanecer en la oscuridad. La misericordia divina no se limita a los justos; abraza a aquel que decide volver a la Luz. La cábala nos recuerda que toda alma fue creada para ascender, para revelar la bondad que Dios sembró en ella desde el principio.

Cuando la Luz nos llama por nuestro nombre, no lo hace para juzgar, sino para despertar la grandeza escondida. Y quien responde con el corazón abierto descubre lo mismo que Zaqueo: que la salvación no es un premio distante, sino una presencia que renace en el instante en que elegimos ser restaurados.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (19,1-10):

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Palabra del Señor.

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