En el Evangelio de Lucas (11,37-41), Jesús nos brinda una lección poderosa sobre la importancia de la conciencia y la reparación en nuestro viaje espiritual hacia la santidad. En medio de un mundo lleno de distracciones y preocupaciones cotidianas, a veces pasamos por alto lo esencial: la limpieza de nuestro corazón.
Jesús nos invita a examinar nuestros actos con una mirada crítica, no para juzgar a los demás, sino para tomar conciencia de nuestras propias faltas. En este pasaje, Él observa cómo los fariseos se preocupan por la limpieza externa, pero descuidan la pureza interna. Es un recordatorio de que lo que sale de nuestro corazón es lo que regresa a nosotros.
El arrepentimiento puro implica reconocer nuestras faltas y errores, pero no se detiene allí. Jesús nos insta a la acción de reparación. No se trata solo de sentir pesar por nuestras acciones pasadas, sino de tomar medidas para enmendarlas. En otras palabras, nuestro arrepentimiento debe ser genuino y acompañado de un compromiso activo para hacer lo correcto.
El Señor nos enseña que la limosna, en su forma más profunda, va más allá de dar dinero a los necesitados. «Dad limosna de lo de dentro», nos dice. Esto significa que debemos ofrecer caridad desde lo más profundo de nuestro ser, con generosidad y sin esperar nada a cambio. La caridad, en este contexto, es una oración de reparación. Es un acto voluntario que busca sanar el corazón, no solo de quienes la reciben, sino también de quienes la ofrecen.
En nuestro camino hacia la santidad, debemos liberar nuestro corazón de la carga del pecado y las preocupaciones mundanas. Al hacerlo, elevamos nuestra alma y permitimos que la gracia santificante de Jesús fluya libremente en nosotros. Esta gracia es un regalo gratuito, pero para recibirla plenamente, debemos trabajar en nuestra conciencia y en la reparación. Debemos estar dispuestos a cambiar y a enmendar nuestros caminos.
La conciencia y la reparación son, por lo tanto, dos pilares fundamentales en nuestra vida espiritual. Nos ayudan a ser conscientes de nuestras faltas y a actuar para enmendarlas. En este proceso, encontramos la sanación, la gracia y el camino hacia la santidad. Reflexionemos sobre nuestras acciones, ofrezcamos limosna de lo que llevamos dentro y permitamos que la luz divina transforme nuestros corazones.
Que esta reflexión nos inspire a vivir con conciencia y a comprometernos con la reparación, de modo que, al alivianar nuestros corazones, podamos elevar nuestras almas y experimentar la gracia santificante de Jesús en toda su plenitud en nuestro viaje hacia la santidad.