
Dios está dispuesto siempre a perdonarnos y a recibirnos en sus brazos.
Para recibir ese perdón tan solo debes acercarte a Dios con un corazón contrito y arrepentido confesando tu pecado de palabra.
Jesús con la parábola del hijo pródigo nos revela que después de pedir perdón debemos continuar alegres, porque no hay motivo para procrastinar la felicidad. Recuerda que Dios te lleva por el camino que eliges, entonces mejor elige ser feliz viviendo de acuerdo a la palabra de Dios.
Al pedir perdón, pide la gracia para no volver a pecar y se consciente del daño que haces cuando pecas contra tu prójimo, porque si dañas a otro, te dañas a ti mismo. Recuerda que hay una la ley espiritual de medida por medida.
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No temas, acércate a Dios, porque siempre recibirás ese perdón.
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El Perdón de Dios y la Ley Espiritual de Medida por Medida
La parábola del hijo pródigo es una de las revelaciones más profundas sobre el amor y la misericordia divina. Nos muestra que, sin importar cuán lejos nos hayamos desviado del camino, Dios siempre está dispuesto a acogernos de vuelta. En la cábala, esta enseñanza se entrelaza con el concepto de Teshuvá (retorno), el proceso espiritual de corregir y rectificar nuestras acciones para volver a la Luz.
Cuando el hijo pródigo se aleja de su hogar y malgasta su herencia, experimenta la oscuridad y el vacío de una vida sin propósito. Esta es la desconexión del Creador, que en términos cabalísticos se puede entender como una pérdida de Shefa (abundancia espiritual). La cábala nos enseña que la abundancia no es solo material, sino el flujo de energía divina que recibimos cuando estamos alineados con la voluntad de Dios.
Sin embargo, el regreso del hijo pródigo nos revela un secreto importante: la misericordia divina siempre está disponible, pero requiere de nuestra iniciativa. Dios nos perdona en la medida en que nosotros nos transformamos internamente. En cábala, esto se conoce como la Ley de Medida por Medida (Midá Kenegued Midá), una ley espiritual según la cual el universo nos devuelve exactamente lo que sembramos. Si buscamos el perdón de Dios, debemos también perdonarnos a nosotros mismos y a los demás.
Por eso, cuando pedimos perdón, no solo debemos hacerlo con palabras, sino con acciones. Debemos pedir la gracia para no repetir nuestros errores y ser conscientes del daño que causamos al pecar contra nuestro prójimo. La cábala nos recuerda que todo está interconectado: lo que hacemos a otro, nos lo hacemos a nosotros mismos. Cada ofensa crea una separación en la red espiritual de la existencia, pero cada acto de rectificación la restaura.
Dios nos guía por el camino que elegimos. Si elegimos el arrepentimiento genuino, la alegría y la conexión con Él, entonces viviremos en bendición y plenitud. No hay razón para postergar la felicidad, pues el verdadero retorno a Dios no es un lamento perpetuo por el pasado, sino una decisión firme de vivir con consciencia y propósito en el presente.
No temas acercarte a Dios, porque su perdón siempre está disponible. Pero recuerda: el verdadero Teshuvá no es solo ser perdonado, sino transformarte para nunca volver atrás.
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Lectura del santo evangelio según san Lucas (15,1-3.11-32):
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían ¡os cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado e! ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».