Queridos hermanos,

Hoy, quiero compartir con ustedes una reflexión profunda basada en el Evangelio de Lucas (14,1.7-11). Este pasaje nos enseña una lección fundamental: caminar en nuestra vida terrenal con humildad. Porque, en realidad, no sabemos lo que Dios tiene destinado para nosotros, y debemos recordar que solo la salvación del alma es importante. ¿Entonces, para qué vanagloriarnos en esta tierra, cuando la verdadera recompensa aguarda en la vida eterna?

Reflexionemos sobre el ejemplo de vida de Jesús, quien aceptó con amor su pasión, a pesar de saber lo que tenía que vivir. Él nos muestra que seguirlo es vivir de acuerdo a sus enseñanzas y mandamientos.

Los mandamientos son la guía que Dios nos ha dado para vivir una vida justa y plena. Al abrazarlos, nos acercamos a la voluntad divina. Algunos de estos mandamientos son amar a Dios sobre todas las cosas, no tomar su nombre en vano, honrar a nuestros padres, no matar, no cometer adulterio, no robar, no dar falso testimonio y no codiciar lo que no nos pertenece. Estos mandamientos nos ayudan a construir una sociedad justa y amorosa.

Cuando vivimos de acuerdo a estos mandamientos, cultivamos la humildad en nuestras vidas. La humildad nos permite reconocer que somos instrumentos en las manos de Dios, y que nuestra verdadera recompensa no se encuentra en el éxito terrenal o en la vanagloria, sino en la promesa de la vida eterna.

Recordemos siempre que no sabemos lo que Dios tiene destinado para cada uno de nosotros, y confiemos en su plan divino. Siguiendo el ejemplo de Jesús, aceptemos con amor los desafíos que se nos presenten en la vida, sabiendo que todo forma parte de un plan más grande.

Queridos hermanos, en nuestro caminar terrenal, mantengamos la humildad, vivamos de acuerdo a los mandamientos de Dios y confiemos en su amor y misericordia. Así, estaremos preparados para la recompensa que nos aguarda en la vida eterna, donde encontraremos la verdadera paz y felicidad.

Que la gracia de Dios nos guíe en nuestro camino y nos fortalezca en nuestra fe.

Dios os bendiga,

Yôsef

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