En el Evangelio de Lucas (12,49-53), encontramos las palabras de Jesús que resuenan como una llamada profunda a la reflexión y la transformación espiritual. Jesús dice: «He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!» Estas palabras son enigmáticas, pero esconden un profundo significado que se asemeja al pensamiento de Dios.

Cuando Jesús habla de prender fuego a la tierra, no se refiere a un fuego destructivo, sino al fuego del conocimiento divino que debe arder en nuestras mentes y corazones. Es el pensamiento de Dios, la sabiduría que ilumina y guía nuestro camino. Jesús anhela que este fuego divino se encienda en nosotros, que pensemos como Dios, con amor, compasión y sabiduría.

Pero, como nos revela Jesús, este proceso no es sencillo. Él menciona que debe pasar por un bautismo, y en esta metáfora, nos invita a comprender que los seres humanos también deben pasar por un proceso de purificación. El bautismo es como el agua que da vida, que lava nuestras almas y nos prepara para proclamar la palabra de Dios. El agua es símbolo de renovación y redención.

El fuego es el pensamiento de Dios que debe habitar en nuestra mente, el bautismo es el agua que da vida para que podamos proclamar la palabra de Dios. Y esa palabra de Dios es transportada por el aire que respiramos en cada momento. Cada aliento que tomamos es una oportunidad para dar gracias al Señor por la vida y la sabiduría que nos brinda.

Por lo tanto, Jesús nos exhorta a pensar siempre con amor, porque nuestros pensamientos se convierten en palabras, y nuestras palabras en acciones. Son nuestras acciones las que finalmente definen nuestro destino. Su deseo es que abramos los ojos a la verdad espiritual y que vivamos de acuerdo con esa verdad.

Jesús vino al mundo para enseñarnos la palabra de Dios con amor y con su ejemplo de vida y aceptación. Nos reveló en forma práctica cómo se asemeja el Reino de Dios, un lugar de amor, comprensión y unidad espiritual. Nos invita a comenzar una vida espiritual para que podamos regresar al Padre, superando las pruebas que nuestra alma debe afrontar en su búsqueda de perfección.

No nos engañemos creyendo que Jesús murió por nuestros pecados y que esto nos permite hacer lo que queramos sin consecuencias. Existe una ley espiritual de «medida por medida», lo que significa que nuestras acciones tienen consecuencias. El pecado nos lleva a la tribulación, lo que conocemos como karma, una ley cósmica que rige el equilibrio y la justicia en el universo.

Por lo tanto, reflexionemos sobre las enseñanzas de Jesús y vivamos como él nos mostró, cumpliendo con la Tora, que es la guía divina para una vida plena. Recordemos que nuestras acciones tienen consecuencias, y que el amor, la compasión y la sabiduría deben ser nuestro faro en este viaje espiritual. Pensar siempre con amor es el camino hacia la paz, la armonía y la conexión con lo divino en nuestro interior.

 

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