
Jesús nos enseña, a través de su vida y de su evangelio, los secretos del Reino de los Cielos. Él nos muestra que, cuando tenemos fe y necesitamos la ayuda de nuestro Padre Celestial, basta con pedirle con nuestras propias palabras.
Tener fe es creer en Dios, sabiendo que todo proviene de Él y que todo obra para nuestro bien. Por eso, oremos con sencillez y aguardemos, con confianza, la voluntad de Dios.
La Palabra que Atraviesa el Velo
Hay momentos en los que el alma comprende que el cielo no responde a la fuerza, sino a la pureza del deseo. La cábala enseña que la palabra —el dibur— es un puente espiritual: cuando nace de un corazón alineado con la verdad, atraviesa los mundos y despierta la benevolencia del Creador. Jesús, con la autoridad de quien ve más allá del velo, nos recuerda que la fe auténtica no necesita ornamentos; basta una petición sincera para que la Luz descienda.
Creer no es repetir fórmulas, sino reconocer que la Presencia Divina sostiene cada detalle de nuestra existencia. La fe se convierte entonces en un acto de devekut, un apego interior al origen de toda vida. Quien comprende esto sabe que su palabra no es un murmullo perdido, sino una chispa que asciende y toca el corazón del Padre.
Así, cuando el alma pide, no exige; se entrega. No intenta controlar; se dispone. La verdadera fe confía en que la Voluntad de Dios siempre actúa a favor del crecimiento del espíritu y que la respuesta del cielo llega en el tiempo perfecto, incluso cuando difiere de nuestros deseos.
La oración es, en última instancia, el acto de reconocer que la Luz está cerca, siempre dispuesta a sanar, elevar y transformar. Basta una palabra nacida del fondo del ser para que la gracia encuentre el camino. Y es en esa humildad luminosa donde la fe alcanza su verdadera grandeza.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,5-11):
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:
«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».
Le contestó:
«Voy yo a curarlo».
Pero el centurión le replicó:
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; a mi criado: «Haz esto», y lo hace».
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:
«En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».
Palabra del Señor.