Jesús nos enseña que lo que Dios realmente desea es que busquemos Su reino y entendamos que lo más importante es la salvación de nuestra alma. Esto implica vivir conforme a Su palabra, y reconocer que nuestro destino eterno depende de nuestras elecciones y acciones en esta vida.
Sin embargo, esto no significa que debamos dedicarnos únicamente a los asuntos espirituales, olvidando que vivimos en un mundo terrenal. Aquí, en nuestra realidad cotidiana, también es esencial que busquemos una buena vida. Pero, ¿qué entendemos por una buena vida? La verdadera buena vida se logra viviendo de acuerdo a los mandamientos de Dios, evitando transgredir Sus leyes. Recordemos que sin transgresiones, no hay tribulaciones.
Nuestro libre albedrío nos coloca constantemente en la encrucijada de hacer el bien o el mal. Discernir antes de actuar es fundamental, pues nuestras decisiones no solo afectan nuestra vida terrenal, sino también nuestra salvación eterna.
Vivimos en un plano terrenal y es natural que sigamos nuestros anhelos materiales. No hay nada malo en construir nuestra vida en este aspecto, siempre y cuando nuestras acciones no dañen a los demás. La vida que construimos se forja a través de nuestras acciones y oración. En este sentido, Jesús nos llama a ser personas de acción y oración constante.
Cuando oremos, debemos hacerlo con cuidado y respeto a los mandamientos de Dios. Debemos ser conscientes de que orar por algo que interfiera en el libre albedrío de otra persona, ya sea que se cumpla o no, es una transgresión que atenta contra el Espíritu Santo. Por ello, nuestras oraciones deben estar siempre alineadas con la voluntad de Dios, sin intentar manipular la libertad de los demás.
En resumen, buscar el Reino de Dios y vivir conforme a Su palabra es el camino hacia la salvación del alma. Pero mientras lo hacemos, también debemos construir una vida terrenal buena y justa, siempre en oración y acción, evitando transgresiones y respetando el libre albedrío de los demás.
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Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,26-34):
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha.»
Les dijo también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra.»
Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.
Palabra del Señor