Jesús, con su gran amor, nos muestra cómo realiza proezas sin esperar nada a cambio, revelándonos cuán grande es la misericordia de Dios.

Pide paz, y también recibirás gozo.

Vive siguiendo las enseñanzas de Jesucristo, el Señor.

Todo llega en su tiempo.

Sé paciente, no te afanes.

Todo lo de Dios es bueno.

En el evangelio de Marcos, capítulo 5, encontramos una historia poderosa sobre la misericordia de Jesús. Al llegar a Gerasa, Jesús se encuentra con un hombre poseído por demonios, un ser humano completamente devastado por el sufrimiento y la esclavitud de las fuerzas del mal. La gente de la ciudad lo había aislado, temía de él, lo veía como una amenaza, y había intentado de todo para liberarlo, pero nada funcionaba.

Sin embargo, cuando este hombre se encuentra con Jesús, su vida cambia radicalmente. Jesús, con su inmensa misericordia, no solo lo sana, sino que lo restaura a su ser original. El hombre, que antes vivía en las tumbas, es liberado de su tormento y puede sentarse, tranquilo, con la mente sana. Jesús no solo le devuelve la salud física, sino también la dignidad y la paz interior que tanto necesitaba.

Lo asombroso de esta historia no es solo el milagro, sino también la respuesta de Jesús ante la petición del hombre. Cuando el hombre, agradecido y consciente del poder transformador de Jesús, le pide seguirlo, Jesús lo envía de vuelta a su hogar, diciéndole que testifique sobre lo que ha hecho por él. Jesús no le pide que sea un apóstol, no le exige que se una a su grupo, ni que se dedique a predicar. Jesús simplemente le pide que sea un testigo de su misericordia y que siga su camino, pero ahora con un corazón lleno de gratitud y de paz.

Este acto de misericordia nos enseña que el amor de Jesús es tan grande que no necesita de grandes gestos de seguimiento o de apostolado para mostrar su poder. Su misericordia transforma vidas, restaura corazones y permite que cada uno, a su manera, viva su vida de acuerdo con la voluntad de Dios. No todos estamos llamados a la vida de los apóstoles, pero todos estamos llamados a vivir como testigos de la misericordia de Jesús, a compartir con los demás lo que Él ha hecho por nosotros, con nuestras acciones y palabras.

En nuestra vida cotidiana, muchas veces nos enfrentamos a situaciones de sufrimiento, dolor o desesperanza. Sin embargo, debemos recordar que la misericordia de Jesús siempre está disponible para nosotros. Él no espera que seamos perfectos; solo espera que nos acerquemos a Él con fe, que confiemos en su poder para transformar nuestras vidas y que, después de recibir su gracia, sigamos adelante, testificando con nuestras vidas lo que Él ha hecho en nosotros.

Así, como el hombre de Gerasa, somos llamados a vivir nuestra vida normalmente, pero con un corazón renovado por la misericordia de Jesús, siendo testigos de su amor y dejando que ese amor toque a aquellos que nos rodean, sin necesidad de grandes sacrificios o esfuerzos, solo siendo fieles a la paz que Él nos da.


Lectura del santo evangelio según san Marcos (5,1-20):

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la orilla del lago, en la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, desde el cementerio, donde vivía en los sepulcros, un hombre, poseído de espíritu inmundo; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para domarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras.
Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó a voz en cuello: «¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes.»
Porque Jesús le estaba diciendo: «Espíritu inmundo, sal de este hombre.»
Jesús le preguntó: «¿Cómo te llamas?»
Él respondió: «Me llamo Legión, porque somos muchos.»
Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca. Había cerca una gran piara de cerdos hozando en la falda del monte.
Los espíritus le rogaron: «Déjanos ir y meternos en los cerdos.»
Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al lago y se ahogó en el lago. Los porquerizos echaron a correr y dieron la noticia en el pueblo y en los cortijos. Y la gente fue a ver qué había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Se quedaron espantados. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su país. Mientras se embarcaba, el endemoniado le pidió que lo admitiese en su compañía. Pero no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia.»
El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.

Palabra del Señor.

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