persevera hasta el final

 

Levántate y llénate de confianza, porque Jesús te acompaña hasta el final, enseñándote a vivir con fe en este camino hacia la casa de Dios.

Recuerda que solo una cosa es verdaderamente importante: la vida eterna.

Vive esta vida material arraigado en la vida espiritual, disfrutando sanamente.

Persevera hasta el final.

Reflexión inspirada en Marcos (2,1-12)

En este pasaje, Jesús sana al paralítico mostrándonos que la raíz de nuestras tribulaciones está en el pecado, y que Él tiene poder para perdonar y transformar nuestras vidas. Al decirle “tus pecados quedan perdonados” y luego invitarlo a levantarse, nos revela que el camino hacia la verdadera sanación comienza en el corazón.

  1. Sin conversión, no hay auténtica restauración
    • El primer paso para liberarnos de la tribulación es reconocer nuestra falta y volver el corazón a Dios. Solo así podemos desatar las cadenas que el pecado nos impone.
  2. La oración íntima como vía de limpieza interior
    • Jesús nos recuerda que la relación personal con Él es clave para superar nuestras caídas. Una oración sincera, en la soledad del corazón, abre el alma a la gracia que nos limpia y sana.
  3. Levantarnos y ayudar a otros
    • Del mismo modo que el paralítico se puso en pie, el Señor nos llama a levantarnos de nuestras caídas y avanzar con fe.
    • Si aún no hemos caído, podemos sostener a quienes sufren, mostrándoles el poder liberador de la misericordia de Dios.
  4. La vida material anclada en la vida espiritual
    • Convertirnos y orar no significa evadir nuestra realidad diaria, sino vivirla con la certeza de que, en Dios, encontramos fuerza, propósito y esperanza.
    • Perseverar hasta el final implica no dejar que nada robe nuestra paz y recordar que solo una cosa es realmente importante: la vida eterna.

Al seguir el ejemplo de Jesús, descubrimos que la verdadera sanación va más allá de lo físico: consiste en restaurar nuestro corazón y reconciliarnos con Dios. Entonces, nuestra vida se llena de confianza, y podemos caminar con libertad, sabiendo que Él siempre nos acompaña.


Lectura del santo evangelio según san Marcos (2,1-12):

Cuando a los pocos días entró Jesús en Cafarnaún, se supo que estaba en casa.
Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Y les proponía la palabra.
Y vinieron trayéndole un paralítico llevado entre cuatro y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico:
«Hijo, tus pecados te son perdonados».
Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros:
«¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo uno, Dios?».
Jesús se dio cuenta enseguida de lo que pensaban y les dijo:
«¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados” o decir: “Levántate, coge la camilla y echa a andar”?
Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados -dice al paralítico-:
“Te digo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”».
Se levantó, cogió inmediatamente la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:
«Nunca hemos visto una cosa igual».

Palabra del Señor.

 

 

 

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