La misericordia divina se manifiesta de manera elocuente a través del ejemplo de vida que Jesús nos brindó, y nos insta a seguirlo con fervor, con el fin de vivir en consonancia con los deseos y complacencia de Dios. Abrazar el concepto de vivir en misericordia es abrazar el sendero de la existencia en estricta conformidad con los preceptos divinos, avanzando con una fe inquebrantable que nos conduce inexorablemente hacia la promesa de la vida eterna.

La práctica de la misericordia no solo es un deber, sino también un faro luminoso que ilumina nuestro camino, permitiendo que nuestra alma alcance alturas inimaginables. Esta virtuosa senda nos conduce a la morada celestial de Dios, incluso mientras aún habitamos en este mundo terrenal. La misericordia se convierte así en el puente que une nuestra existencia terrena con la promesa divina de un Reino eterno, y al caminar en ella, permitimos que nuestra alma se eleve hacia la presencia divina, donde encontramos la plenitud y la paz que solo Dios puede brindar.

Por tanto, vivir en misericordia no solo nos acerca a Dios, sino que también nos permite experimentar una elevación espiritual que transforma nuestra vida cotidiana, infundiéndola con significado y propósito. En última instancia, al seguir el ejemplo de Jesús y abrazar la misericordia como un estilo de vida, estamos dando un paso firme hacia el Reino de Dios, incluso mientras vivimos en este mundo, preparando así nuestro ser para una comunión eterna con la divinidad.


Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,9-13):

En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»
Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

Palabra del Señor.

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