Lo que debes recordar es que habitar en el Reino de Dios depende de tu pensamiento, palabra y acción.

Mantente alegre y agradecido con lo que te tocó en la vida, porque eso es lo que quiere el Señor.

Habitar en el Reino de Dios: Un Estado de Conciencia

Jesús, en la parábola de los viñadores malvados, nos muestra una realidad profunda: el Reino de Dios no es un lugar físico, sino un estado de conciencia. La viña representa la vida que Dios nos confía, y los frutos son las acciones, pensamientos y palabras con las que respondemos a esa oportunidad.

Desde la perspectiva de la cábala, entendemos que la existencia está diseñada para elevarnos espiritualmente. Cada situación en nuestra vida, cada alegría y cada prueba, son parte de un proceso de rectificación (tikkun). La pregunta es: ¿cómo respondemos? ¿Actuamos con gratitud y alegría, aceptando nuestra parte en el plan divino, o nos resistimos, llenándonos de quejas y egoísmo?

La Torah y la cábala enseñan que el pensamiento crea realidades. Cuando mantenemos una mentalidad alineada con la voluntad de Dios, vibramos en la frecuencia del Reino. No se trata solo de esperar una recompensa futura, sino de vivir ya en ese estado. Un pensamiento elevado genera palabras elevadas, y estas, a su vez, impulsan acciones alineadas con la luz divina.

Los viñadores de la parábola fueron expulsados porque no entendieron este principio: quisieron poseer la viña en lugar de ser administradores de ella. Olvidaron que la verdadera abundancia viene de servir al propósito divino, no de apropiarse de lo que no les pertenece. En la cábala, esto se explica con la idea de recepción para compartir: la bendición que no fluye se estanca, y lo que no se comparte, se pierde.

Por eso, vivir en el Reino de Dios implica una elección diaria: mantenernos alegres y agradecidos con lo que nos ha tocado, confiando en que cada momento es una oportunidad de crecimiento espiritual. La conciencia de abundancia no nace de la acumulación, sino de la conexión con el Creador.

Cuando aceptamos nuestra misión con humildad y gratitud, no solo habitamos en el Reino, sino que nos convertimos en sus constructores.

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Lectura del santo evangelio según san Mateo (21,33-43.45-46):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«Escuchad otra parábola:
“Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cayó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos.
Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon.
Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: ‘Tendrán respeto a mi hijo’.
Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: ‘Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’.
Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron.
Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?”».
Le contestan:
«Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo».
Y Jesús les dice:
«¿No habéis leído nunca en la Escritura:
“La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente”?
Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».
Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos.
Y, aunque intentaban echarle mano, temieron a la gente, que lo tenía por profeta.

Palabra del Señor.

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