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Mensaje del dia
Tu ruego ha sido escuchado

No tienes por qué preocuparte: tu ruego ha sido escuchado.
Dios, tu Padre amoroso que habita en el cielo, sabe qué es lo mejor para ti.
Tú sigue orando, camina en justicia y entrégalo todo en manos de Dios.
Recuerda: todo lo que acontece obra para bien. Ocúpate en custodiar pensamientos de luz y esperanza.
Ha llegado el tiempo de aguardar buenas noticias.
Cuando el temor calla, la promesa habla
El alma suele temblar cuando el tiempo se alarga y la promesa parece dormida. Así nace el temor: de medir lo divino con relojes humanos. Pero la sabiduría de la cábala nos revela que nada está detenido; todo fluye en niveles ocultos, en mundos que el ojo no ve y el corazón apenas presiente.
No hay que tener temor. El temor contrae la luz. En cábala, el miedo cierra los canales por donde desciende la abundancia del Creador. La fe, en cambio, ensancha el recipiente del alma y permite que la bendición encuentre morada. Cuando el ser humano deja de temer, la Shejiná se posa en su vida con suavidad.
Hay silencios de Dios que no son ausencia, sino gestación. En lo oculto, el Tikkún se está ordenando, las piezas del alma se alinean, y la misericordia —el flujo de Jesed— madura en el momento exacto. Nada llega tarde cuando proviene del Cielo.
El justo no vive de señales visibles, sino de confianza interior. Camina sin miedo porque sabe que el Creador gobierna incluso aquello que parece imposible. Quien persevera en la oración y en la rectitud eleva su conciencia, y desde ese nivel superior comprende que todo está siendo preparado para bien.
No temas. La promesa ya fue pronunciada en lo alto. El alma que confía abre el camino para que lo eterno se manifieste en el tiempo.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,5-25):
En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel.
Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.
Una vez que Zacarías oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.
Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor.
Pero el ángel le dijo:
«No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, “para convertir los corazones de los padres hacía los hijos”, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».
Zacarías replicó al ángel:
«¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada».
Respondiendo el ángel, le dijo:
«Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento oportuno».
El pueblo, que estaba aguardando a Zacarías, se sorprendía de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo.
Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir de casa cinco meses, diciendo:
«Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mi para quitar mi oprobio ante la gente».
Palabra del Señor.
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Mientras que la fe, en su sentido común, puede entenderse como «creer en Dios», la Emuná es mucho más profunda: es confiar en que todo lo que sucede en nuestra vida forma parte de Su plan perfecto. No se trata solo de aceptar que Dios existe, sino de vivir con la certeza de que Él guía cada paso, incluso en los momentos de prueba y dificultad.
Jesús nos enseña esta fe viva cuando nos invita a orar, a confiar y a entregarnos a la voluntad del Padre. Su vida es el mayor testimonio de la Emuná: nunca dudó del amor y la providencia divina, incluso en el momento de la cruz.
¿Cómo desarrollar la Emuná en nuestra vida?
- Orando con confianza, sabiendo que Dios escucha y responde en Su tiempo.
- Agradeciendo en todo momento, porque cada circunstancia es parte de Su propósito.
- Actuando con fe, sin miedo al futuro, porque Dios es quien guía el camino.
Cuando cultivamos la Emuná, vivimos con paz, gratitud y certeza de que Dios siempre está con nosotros. Más que una creencia, la fe es una forma de vida que nos transforma desde el interior.